POR EL CABALLERO JORGE CURTIS
Los manuscritos de esta historia, dirigida a mi nombre con el carácter de letra de mi hermano Enrique Curtis, a quien considerábamos muerto ya, y llevando el timbre de correos de Adén, llegaron a mis manos con toda puntualidad el 20 de diciembre de 18... o sea, poco más de dos años después de salir de sus manos en el centro de África.
Me apresuro a poner en conocimiento del mundo tan maravillosa historia, que, si he de decir verdad, he leído presa de encontrados sentimientos; porque, aunque sea un gran consuelo saber que él y Good están bien y favorecidos por la suerte, siento que para mí y para todos los amigos es como si hubieran muerto, toda vez que no tenemos esperanza alguna de volver a verlos.
Se han separado de su patria, de su familia y de sus amigos para siempre, aunque, tal vez en las condiciones en que se hallaban, fuera conveniente haberlo hecho así.
No he podido descubrir cómo llegaron a mis manos tales manuscritos aunque presumo, por el hecho de haber llegado por correo, que el francés Alfonso hizo con felicidad su peligroso viaje. He puesto anuncios buscándolo, he hecho averiguaciones en Marsella y en otros sitios por conocer su paradero; pero no he podido conseguirlo. Es posible que muriese él y que otra persona pusiera el paquete en el correo; también es posible que se haya casado con su Anita, y, temiendo el rigor de la ley, prefiera permanecer incógnito.
No puedo decir lo que será en realidad; y, aun cuando no he perdido la esperanza de encontrarlo, debo decir que cada día es más débil. El hecho de que míster Quatermain no mencione en parte alguna su apellido es un gran inconveniente; siempre habla de él llamándolo simplemente “Alfonso”, y hay tantos del mismo nombre, que es difícil dar con uno determinado.
Las cartas que, según dice mi hermano Enrique, debían venir con el paquete de manuscritos, no han llegado: presumo que se han perdido o han sido destruidas. - “Jorge Curtis”.